La mente desbordada parece eficiente, pero dirige mal.
Tenía 25 años cuando descubrí que había una dimensión completamente nueva desde donde mirar la vida. No llegué a ella por crisis ni dolor, sino por búsqueda. Por el deseo genuino de entenderme. De comprender cómo operaba mi mente y cómo podía tener un liderazgo más coherente, más consciente, más mío.
Fue en el PLP, el Programa de Liderazgo Personal, donde comencé a observar, por primera vez, que eso que yo llamaba “yo” era en realidad una mezcla compleja de pensamientos, creencias, patrones y respuestas automáticas que había aprendido desde niña. Y fue también ahí donde entendí que la consciencia no es algo que se alcanza como una meta, sino algo que se despierta. Una forma de estar en el mundo, más presente, más abierta, más atenta.
Así se ve vivir en automático
La vida en automático no se ve rota, necesariamente. Se ve llena. Llena de agendas, de compromisos, de pensamientos constantes que no se detienen ni al dormir. Se ve productiva, eficaz, multitasking. Pero por dentro, se siente plana. Como si una parte de ti estuviera siempre al margen, observando sin habitar. Te levantás con la mente corriendo. Comés sin saborear. Conversás sin escuchar de verdad. Respondés correos mientras hablás con tus hijos. Todo se hace, pero casi nada se vive. Vivir en automático es estar siempre hacia afuera, respondiendo lo que toca, sin detenerte a preguntarte si eso que haces te representa, si lo elegiste, si te habita.
Vamos de reunión en reunión, de tarea en tarea, comemos con el celular en la mano, escuchamos sin escuchar del todo, hablamos sin detenernos a sentir lo que estamos diciendo.
Y lo más peligroso es que nos acostumbramos. A esa velocidad. A esa dispersión. A esa desconexión.
Hasta que un día alguien te invita a mirar desde otro lugar. O la vida te hace parar, de gole. Y entonces, empieza la expansión.
No somos nuestra mente
La revelación más profunda de ese proceso fue comprender que no somos lo que pensamos.
Esto puede parecer confuso, pero en realidad es una distinción poderosa que transforma por completo la manera en que habitamos el mundo. Porque si no soy mis pensamientos, entonces puedo observarlos. Y si puedo observarlos, entonces puedo cuestionarlos, elegirlos, e incluso soltarlos.
Gran parte del sufrimiento que vivimos —personal y profesionalmente— nace de haber creído que todo lo que pensamos es cierto. Que si mi mente dice “no soy suficiente”, entonces es verdad. Que si dice “van a rechazarme”, hay que protegerse. Que si me repite “me van a juzgar”, entonces debo callarme.
Pero la mente no es una fuente objetiva. Es una estructura de interpretación que fue programada desde la infancia, a partir de nuestras vivencias, los mensajes de quienes nos criaron, y las estrategias que desarrollamos para sobrevivir emocionalmente en ese entorno.
Una mente no observada repite, no elige.
Y mientras más automática es esa repetición, más distancia crea entre quienes somos y cómo vivimos.
Cuando desarrollamos la capacidad de mirar nuestros pensamientos sin identificarnos con ellos, algo se ordena. Dejamos de reaccionar desde el impulso, y empezamos a responder desde la consciencia. Dejamos de liderar desde el miedo, y empezamos a liderar desde la elección. Y lo más importante: dejamos de pelearnos con la mente, para comenzar a usarla como una aliada. Como una herramienta, no como una identidad.
En el camino del liderazgo consciente, esta distinción no es opcional. Es esencial. Porque no se puede conducir un equipo con claridad si no hay claridad interna. Y no hay claridad interna si no aprendemos a separar lo que pensamos de lo que somos.
Liderar desde la presencia
Una mente no observada dirige en silencio. Toma decisiones en piloto automático. Repite patrones, evita conflictos, impone urgencias. Pero cuando aprendes a mirar tus pensamientos —no para juzgarlos, sino para entenderlos—, algo cambia.
Desde ese lugar, comencé a experimentar otra forma de estar con los demás. Con mis equipos. Con mi pareja. Con mis hijos. Porque la presencia no es solo una cualidad laboral. Es una manera de vivir más despierta en cada interacción.
Estar presente es decir “estoy aquí contigo” sin tener mil pensamientos en segundo plano. Es mirar a tu hijo a los ojos cuando te cuenta algo y no estar revisando mentalmente la lista de compras. Es sostener una conversación difícil con tu pareja, sin armar tu defensa antes de tiempo. Es dejar de asumir y empezar a escuchar.
La presencia no nace del esfuerzo. Nace del silencio. De la capacidad de estar en ti, sin ruido. Y cuando esa presencia se vuelve una práctica, cambia tu liderazgo. Pero también cambia tu maternidad, tu pareja, tus vínculos. Porque ya no estás solo funcionando: estás siendo. Cambian los factores y cambia el producto. Ser para Hacer y no al revés.
¿Qué cambia cuando tomas consciencia?
Todo. Cambia tu forma de hablar. De pensar. De amar. De decidir. De verte e interpretar el mundo.
Empiezas a notar cuándo te estás contando un cuento que no es cierto. Cuándo tu miedo está tomando decisiones en tu nombre. Cuándo tu mente te lleva a repetir una historia que ya no necesitas vivir.
Cambia cómo corriges a tus hijos: con más pausa, con menos culpa, con más comprensión y empatía. Cambia cómo reaccionás ante el conflicto: con menos urgencia, con más claridad. Cambia incluso cómo comes, cómo descansas, cómo tratas a tu cuerpo. Porque ya no lo haces desde el deber, sino desde el cuidado.
Y por supuesto, cambia tu liderazgo. Porque un líder presente se vuelve más confiable. No por saberlo todo, sino por estar realmente ahí. Por escuchar con el cuerpo, no solo con los oídos. Por tener la capacidad de tomar decisiones conscientes, no impulsivas.
La práctica que nunca termina
Despertar la consciencia no es una iluminación repentina. Es una práctica diaria, imperfecta, honesta. Como entrenar en el gimnasio, cuanto más constancia tengas, más músculo serás capaz de desarrollar.
Desarrollar la consciencia es un ejercicio minutos a minuto: Cada vez que respiras antes de reaccionar. Cada vez que observas tu mente en lugar de seguirla ciegamente. Cada vez que eliges detenerte, escuchar, discernir.
No siempre lo vas a lograr. Pero cada intento abre espacio.
Y ese espacio, es libertad.
Y como digo siempre, este es un trabajo que nadie puede hacer por ti. Como nadie puede hacer los abdominales, para que a ti se te marque el músculo. Es un trabajo que te toca hacer, a diario.
Melanie Azurdia Schaart
Creo en un nuevo paradigma de liderazgo: uno donde la humanidad, la coherencia y la conciencia
ya no son opcionales, sino la base de cualquier transformación real.
He acompañado a empresas, líderes y equipos en procesos de cambio profundo.
No desde la teoría, sino desde la experiencia encarnada.
Sé que lo cultural no se impone; se habita.
Sé que los grandes resultados no nacen de estructuras rígidas, sino de personas enraizadas y seguras emocionalmente.
Trabajo para crear espacios donde se pueda hablar con verdad.
Donde el silencio sea tan valioso como la estrategia.
Donde las personas se reencuentran con lo que realmente importa.
No acompaño para resolver. Acompaño para revelar.
No diseño procesos para cumplir. Diseño experiencias que transforman.
No me interesa el protagonismo. Me interesa el impacto real.
Mi trabajo es unir lo visible con lo invisible.
Lo humano con lo sistémico.
Lo tangible con lo esencial.